lunes, 10 de enero de 2011

Después del oro, 'También la lluvia'

Hay entornos -intelectuales y/o cinéfilos, incluso políticos y comprometidos- en los que comentar que el cine social y de denuncia 'ya te aburre' está mal visto. Igual de mal visto que comentar, en otros entornos igual de intelectuales y/o cinéfilos- que el cine social y de denuncia te gusta. La película de Icíar BollaínTambién la lluvia, se puede encajar dentro de esta categoría o género cinematográfico: el cine comprometido. Ese cine que da voz a los más desprotegidos y se proclama defensor de las causas perdidas, y que sólo por eso hay que reconocerle un mérito. Si bien, limitarse a juzgar una película por el género en el que encaja siempre me ha resultado simplista, tanto para bien como para mal.

No se le puede negar a este filme, lleno de buenas intenciones, una producción más que correcta y un guión bien construido; pero todo lo que se nos cuenta en También la lluvia suena a manido y repetitivo, suena a ya dicho y ya escuchado antes. No tanto por la temática -cualquier temática es susceptible de ser abordada tantas veces como cualquiera lo considere oportuno-, sino por la forma de narrarlo que adolece de falta de profundidad. Se echa de menos un tratamiento más hondo y analítico, que explique las causas o haga un enfoque desde una perspectiva menos explorada. La única sensación con la que salimos de la sala de cine es la de haber constatado una vez más que el mundo es tan injusto como ya sabíamos.

Con guión de Paul Laverty -guionista habitual de Ken Loach, estandarte del cine social de los últimos tiempos- la directora Icíar Bollaín (Hola, ¿estás sola?, Flores de otro mundo, Te doy mis ojos) aborda entre otros el tema de la conquista de América por parte del imperio español: sí, todos sabemos que fue cruel, injusta, despiadada y un hecho vergonzoso para la historia de España. Paralelamente, se relata el conflicto social conocido como la Guerra del agua de Cochabamba, la serie de protestas que ocurrieron en esta ciudad boliviana en el año 2000 con motivo de la privatización del abastecimiento del agua municipal. El agua, lo único que le queda a la población indígena después de habernos llevado su oro. La conclusión que se arroja a la cara del espectador al contar ambas historias no por obvia es menos cierta: los desfavorecidos y los explotados siguen siendo los mismos más de 500 años después.

Para interconectarlos, ponerlos en relación y establecer paralelismos entre ambas situaciones se emplea el recurso del cine dentro del cine, con la intención simultánea de mostrar las tripas de un rodaje, sus dificultades logísticas y de financiación, y las relaciones y conflictos personales y profesionales que se establecen entre todos los protagonistas del proceso fílmico. Nuevamente, nada nuevo. Se podrían citar cientos de películas que han recurrido a la misma táctica: 8 y 1/2 de Fellini, El crepúsculo de los dioses, Cautivos del mal, Ed Wood,... sirvan de buenos ejemplos.

En el apartado interpretativo, Gael García Bernal intentando dar vida a un esterotipado y algo inexperto director lleno de ilusiones para el que lo único importante es su película, sobre cuyo rodaje cada vez tiene menos control. Luis Tosar, por su parte, interpreta a un productor que como tal sólo mira por el dinero y cuya evolución a lo largo de la historia es bastante predecible (el más frío y desafectado finalmente resulta ser el más comprometido de todos). Me quedo con Karra Elejalde  como estrella y divo del cine 'pasado de rosca', en un papel secundario que, sin embargo, consigue hacer grande. Sin olvidar al debutante Juan Carlos Aduviri.

La hipocresía social de los que vivimos en el llamado Primer Mundo, la cobardía, el egoísmo, el cinismo, la falta de conciencia y compromiso, el capital que siempre está en manos extranjeras... son el resto de temas que subyacen o se esbozan a lo largo de toda la narración de este filme que arranca con una escena de una cruz por los aires que recuerda a La dolce vita.

El cine es un todo, forma y contenido. También la lluvia se queda a medias en las dos partes de ese todo, consiguiendo estar sólo 'medio bien'. Un proyecto lleno de pretensiones que a Icíar Bollaín, a pesar de haber contado con la colaboración de Laverty (o precisamente por ello), parece que se le queda algo grande, cuando esta cineasta siempre se ha movido con más soltura en ámbitos más intimistas, historias de tragedia personal, sin que perdiesen por ello su dimensión social. Si hay algo que reconocerle a Bollaín es haber sacado al cine social español de la típica barriada urbana y proletaria de periferia. Dudo que sea suficiente para que sea nominada a los Oscar.

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