Hay entornos -intelectuales y/o cinéfilos, incluso políticos y comprometidos- en los que comentar que el cine social y de denuncia 'ya te aburre' está mal visto. Igual de mal visto que comentar, en otros entornos igual de intelectuales y/o cinéfilos- que el cine social y de denuncia te gusta. La película de Icíar Bollaín, También la lluvia, se puede encajar dentro de esta categoría o género cinematográfico: el cine comprometido. Ese cine que da voz a los más desprotegidos y se proclama defensor de las causas perdidas, y que sólo por eso hay que reconocerle un mérito. Si bien, limitarse a juzgar una película por el género en el que encaja siempre me ha resultado simplista, tanto para bien como para mal.
No se le puede negar a este filme, lleno de buenas intenciones, una producción más que correcta y un guión bien construido; pero todo lo que se nos cuenta en También la lluvia suena a manido y repetitivo, suena a ya dicho y ya escuchado antes. No tanto por la temática -cualquier temática es susceptible de ser abordada tantas veces como cualquiera lo considere oportuno-, sino por la forma de narrarlo que adolece de falta de profundidad. Se echa de menos un tratamiento más hondo y analítico, que explique las causas o haga un enfoque desde una perspectiva menos explorada. La única sensación con la que salimos de la sala de cine es la de haber constatado una vez más que el mundo es tan injusto como ya sabíamos.
Con guión de Paul Laverty -guionista habitual de Ken Loach, estandarte del cine social de los últimos tiempos- la directora Icíar Bollaín (Hola, ¿estás sola?, Flores de otro mundo, Te doy mis ojos) aborda entre otros el tema de la conquista de América por parte del imperio español: sí, todos sabemos que fue cruel, injusta, despiadada y un hecho vergonzoso para la historia de España. Paralelamente, se relata el conflicto social conocido como la Guerra del agua de Cochabamba, la serie de protestas que ocurrieron en esta ciudad boliviana en el año 2000 con motivo de la privatización del abastecimiento del agua municipal. El agua, lo único que le queda a la población indígena después de habernos llevado su oro. La conclusión que se arroja a la cara del espectador al contar ambas historias no por obvia es menos cierta: los desfavorecidos y los explotados siguen siendo los mismos más de 500 años después.
Para interconectarlos, ponerlos en relación y establecer paralelismos entre ambas situaciones se emplea el recurso del cine dentro del cine, con la intención simultánea de mostrar las tripas de un rodaje, sus dificultades logísticas y de financiación, y las relaciones y conflictos personales y profesionales que se establecen entre todos los protagonistas del proceso fílmico. Nuevamente, nada nuevo. Se podrían citar cientos de películas que han recurrido a la misma táctica: 8 y 1/2 de Fellini, El crepúsculo de los dioses, Cautivos del mal, Ed Wood,... sirvan de buenos ejemplos.
En el apartado interpretativo, Gael García Bernal intentando dar vida a un esterotipado y algo inexperto director lleno de ilusiones para el que lo único importante es su película, sobre cuyo rodaje cada vez tiene menos control. Luis Tosar, por su parte, interpreta a un productor que como tal sólo mira por el dinero y cuya evolución a lo largo de la historia es bastante predecible (el más frío y desafectado finalmente resulta ser el más comprometido de todos). Me quedo con Karra Elejalde como estrella y divo del cine 'pasado de rosca', en un papel secundario que, sin embargo, consigue hacer grande. Sin olvidar al debutante Juan Carlos Aduviri.
La hipocresía social de los que vivimos en el llamado Primer Mundo, la cobardía, el egoísmo, el cinismo, la falta de conciencia y compromiso, el capital que siempre está en manos extranjeras... son el resto de temas que subyacen o se esbozan a lo largo de toda la narración de este filme que arranca con una escena de una cruz por los aires que recuerda a La dolce vita.
El cine es un todo, forma y contenido. También la lluvia se queda a medias en las dos partes de ese todo, consiguiendo estar sólo 'medio bien'. Un proyecto lleno de pretensiones que a Icíar Bollaín, a pesar de haber contado con la colaboración de Laverty (o precisamente por ello), parece que se le queda algo grande, cuando esta cineasta siempre se ha movido con más soltura en ámbitos más intimistas, historias de tragedia personal, sin que perdiesen por ello su dimensión social. Si hay algo que reconocerle a Bollaín es haber sacado al cine social español de la típica barriada urbana y proletaria de periferia. Dudo que sea suficiente para que sea nominada a los Oscar.
A la felicidad por la química
Cositas varias
lunes, 10 de enero de 2011
martes, 28 de diciembre de 2010
Tristram Shandy: Witerbottom por el camino de la parodia
Winterbottom utiliza como excusa la adaptación de la novela Laurence Sterne para acabar contando una historia del cine dentro del cine, sobre el que ofrece una visión paródica sin restarle credibilidad.
Quien pretenda ver en Tristram Shandy una adaptación de la conocida (más en Inglaterra que en nuestro país) y curiosa novela de nueve volúmenes 'La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy', se llevará una decepción. La película no es, al menos en el contenido, una fiel traslación a la pantalla del libro –objetivo harto dificultoso por su peculiar carácter, todo sea dicho-. Sin embargo, sí se puede afirmar que Witerbottom ha captado y reflejado, en cierta manera, la esencia de este texto del XVIII. Como ya hiciera la obra literaria en su momento, la obra cinematográfica supone parodia y experimentación de las estructuras narrativas convencionales.
El filme arranca contando la historia del libro, hasta llegar a una segunda parte en la que la acción se traslada al propio set de rodaje de la película. Es entonces cuando oímos “¡corten!” y asistimos en directo a los entresijos de un rodaje real: rivalidad entre los protagonistas, problemas de financiación, romances entre la plantilla, cambios de guión,… El director inglés abandona la película y nos abre una puerta a su rodaje, imprimiendo a las escenas un sentido de humor irónico que despierta la carcajada en el espectador.
En ambas partes de la película es Steve Coogan quien lidera el reparto. El actor acarrea con casi todo el peso de la película, estupendo en su doble papel de Tristam Shandy y del egocéntrico y competitivo actor que le da vida en el rodaje. Coogan co-protagoniza con Rob Brydon -ambos habían trabajado con Winterbottom en 24th hour party- algunas escenas de rivalidad que no pueden elevarse a la categoría de duelo, si acaso duelo ridículo, precisamente por ese carácter paródico. Como ridículas e hilarantes son muchas de las escenas reflejadas, aunque del todo realistas.
Winterbottom, cuya heterogénea filmografía -hasta el momento- fluctúa entre el mainstream y el underground, nos muestra con esta producción su faceta más independiente. Tristram Shandy es una película de autor que sin ser redonda, ni tampoco la primera que aborde el tema del cine dentro del cine (lo han hecho antes Un final made in Hollywood, El juego de Hollywoodo o Ed Wood, sólo por citar algunas recientes) proporciona bastantes momentos geniales de humor. Humor disparatado, como la realidad misma, que en esta ocasión es la de un rodaje.
Quien pretenda ver en Tristram Shandy una adaptación de la conocida (más en Inglaterra que en nuestro país) y curiosa novela de nueve volúmenes 'La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy', se llevará una decepción. La película no es, al menos en el contenido, una fiel traslación a la pantalla del libro –objetivo harto dificultoso por su peculiar carácter, todo sea dicho-. Sin embargo, sí se puede afirmar que Witerbottom ha captado y reflejado, en cierta manera, la esencia de este texto del XVIII. Como ya hiciera la obra literaria en su momento, la obra cinematográfica supone parodia y experimentación de las estructuras narrativas convencionales.
El filme arranca contando la historia del libro, hasta llegar a una segunda parte en la que la acción se traslada al propio set de rodaje de la película. Es entonces cuando oímos “¡corten!” y asistimos en directo a los entresijos de un rodaje real: rivalidad entre los protagonistas, problemas de financiación, romances entre la plantilla, cambios de guión,… El director inglés abandona la película y nos abre una puerta a su rodaje, imprimiendo a las escenas un sentido de humor irónico que despierta la carcajada en el espectador.
En ambas partes de la película es Steve Coogan quien lidera el reparto. El actor acarrea con casi todo el peso de la película, estupendo en su doble papel de Tristam Shandy y del egocéntrico y competitivo actor que le da vida en el rodaje. Coogan co-protagoniza con Rob Brydon -ambos habían trabajado con Winterbottom en 24th hour party- algunas escenas de rivalidad que no pueden elevarse a la categoría de duelo, si acaso duelo ridículo, precisamente por ese carácter paródico. Como ridículas e hilarantes son muchas de las escenas reflejadas, aunque del todo realistas.
Winterbottom, cuya heterogénea filmografía -hasta el momento- fluctúa entre el mainstream y el underground, nos muestra con esta producción su faceta más independiente. Tristram Shandy es una película de autor que sin ser redonda, ni tampoco la primera que aborde el tema del cine dentro del cine (lo han hecho antes Un final made in Hollywood, El juego de Hollywoodo o Ed Wood, sólo por citar algunas recientes) proporciona bastantes momentos geniales de humor. Humor disparatado, como la realidad misma, que en esta ocasión es la de un rodaje.
domingo, 19 de diciembre de 2010
Santa Teresa, toda engolfada de Dios
Ray Loriga vuelve a ponerse detrás de la cámara en 2007, después de diez años, para ofrecernos un correcto retrato de nuestra mística más mentada. Retrato que no emociona y tampoco aporta nada nuevo. Teresa, el cuerpo de Cristo no aporta nada nuevo más allá de mostrarnos unas cuantas llagas sangrantes de más y la interpretación carnal (y tampoco tanto como para que la Conferencia Episcopal haya puesto el grito en el cielo –y nunca mejor dicho- como lo ha hecho) del amor, aquí pasión, de la monja Teresa hacia un Dios encarnado en el cuerpo de un Cristo-mancebo. Aviso: quien vaya con intención de ver carne, poco va a ver -si acaso intuir- de la de Paz Vega.
Aún así, el relato de las peripecias de esta atípica monja de cuna, desde que ingresa como arrogante novicia hasta que funda su propio convento bajo la “vieja regla”, no resulta tediosa, incluso es entretenida por momentos. Por lo demás, Loriga nos cuenta que Teresa de Cepeda y Ahumada era una mujer enamorada hasta la muerte de Dios, inteligente, rebelde y luchadora, y que, a parte, tenía visiones y levitaba. Si bien es cierto que esto último es más sorprendente, todas ellas son cosas que ya sabíamos de la retratada. Se echa en falta, por otro lado, su faceta de creadora literaria –por la que el director pasa de puntillas-, no en vano la obra de Santa Teresa se considerada cumbre dentro de la lírica del Siglo de Oro español.
La pistola de mi hermano había sido hasta ahora la única incursión en el mundo del cine por parte del escritor Ray Loriga como director. Como lo otro (como escritor), sin embargo, ha escrito los guiones de El séptimo día (Carlos Saura) y Ausentes (Daniel Calparsoro), y participó en el de Carne Trémula (Pedro Almodóvar). En esta producción de Vicente Gómez también ejerce las funciones de guionista: lo escrito por él mismo, él mismo lo lleva a la pantalla.
Se nota, no obstante, en ese traslado del texto a la imagen la magistral ayuda del director de fotografía José Luis Alcaine, así como el arte de la diseñadora de vestuario Eiko Ishioka, ganadora de un Oscar por Drácula, y el apoyo en la música de Ángel Illarramendi. Quizá sean todos estos elementos los que consiguen que este filme no quede en mediocre, pero tampoco lo eleva, sólo por eso, a la categoría de “una buena película”. En lo que a la fotografía se refiere, la sucesión indiscriminada de composiciones pictóricas de corte prerrafaelista puede llevar al hastío al espectador. Sucesión de cuadros abusiva, adecuada para ver en una pinacoteca, no tanto quizá en un cine.
Paz Vega como Santa Teresa está contenida. Así lo requiere el papel. Pero se le nota. Asistimos a una interpretación contenida sí, forzadamente contenida. Se la adivina poco cómoda en la piel de la mística. El resto de actores que completan el elenco de la película, la mayoría magistrales. Secundarios más o menos habituales de nuestro cine como Álvaro de Luna, José Luís Gómez o Manuel Morón. De ellos se nota que tienen oficio y arte. La parte de secundarias femeninas sale peor parada: Geraldine Chaplin y Leonor Watling, cada una haciendo de Geraldine Chaplin y Leonor Watling, respectivamente.
Como colofón, no me resisto a reseñar dos frases de la película que se refieren a la propia Santa Teresa: “Endemoniada no, sino toda engolfada de Dios”, dicho por ella misma, y “está subida de oración”, comentado por el siempre magistral Eusebio Poncela (qué pena que su papel sea tan breve).
Aún así, el relato de las peripecias de esta atípica monja de cuna, desde que ingresa como arrogante novicia hasta que funda su propio convento bajo la “vieja regla”, no resulta tediosa, incluso es entretenida por momentos. Por lo demás, Loriga nos cuenta que Teresa de Cepeda y Ahumada era una mujer enamorada hasta la muerte de Dios, inteligente, rebelde y luchadora, y que, a parte, tenía visiones y levitaba. Si bien es cierto que esto último es más sorprendente, todas ellas son cosas que ya sabíamos de la retratada. Se echa en falta, por otro lado, su faceta de creadora literaria –por la que el director pasa de puntillas-, no en vano la obra de Santa Teresa se considerada cumbre dentro de la lírica del Siglo de Oro español.
La pistola de mi hermano había sido hasta ahora la única incursión en el mundo del cine por parte del escritor Ray Loriga como director. Como lo otro (como escritor), sin embargo, ha escrito los guiones de El séptimo día (Carlos Saura) y Ausentes (Daniel Calparsoro), y participó en el de Carne Trémula (Pedro Almodóvar). En esta producción de Vicente Gómez también ejerce las funciones de guionista: lo escrito por él mismo, él mismo lo lleva a la pantalla.
Se nota, no obstante, en ese traslado del texto a la imagen la magistral ayuda del director de fotografía José Luis Alcaine, así como el arte de la diseñadora de vestuario Eiko Ishioka, ganadora de un Oscar por Drácula, y el apoyo en la música de Ángel Illarramendi. Quizá sean todos estos elementos los que consiguen que este filme no quede en mediocre, pero tampoco lo eleva, sólo por eso, a la categoría de “una buena película”. En lo que a la fotografía se refiere, la sucesión indiscriminada de composiciones pictóricas de corte prerrafaelista puede llevar al hastío al espectador. Sucesión de cuadros abusiva, adecuada para ver en una pinacoteca, no tanto quizá en un cine.
Paz Vega como Santa Teresa está contenida. Así lo requiere el papel. Pero se le nota. Asistimos a una interpretación contenida sí, forzadamente contenida. Se la adivina poco cómoda en la piel de la mística. El resto de actores que completan el elenco de la película, la mayoría magistrales. Secundarios más o menos habituales de nuestro cine como Álvaro de Luna, José Luís Gómez o Manuel Morón. De ellos se nota que tienen oficio y arte. La parte de secundarias femeninas sale peor parada: Geraldine Chaplin y Leonor Watling, cada una haciendo de Geraldine Chaplin y Leonor Watling, respectivamente.
Como colofón, no me resisto a reseñar dos frases de la película que se refieren a la propia Santa Teresa: “Endemoniada no, sino toda engolfada de Dios”, dicho por ella misma, y “está subida de oración”, comentado por el siempre magistral Eusebio Poncela (qué pena que su papel sea tan breve).
13 tzameti: puro fatalismo pesimista
La ópera prima del director de origen georgiano –aunque afincado en Francia- Géla Babluani resulta un impactante y brillante relato lleno de crudeza y tensión que convierten a este cineasta en una firme promesa de los últimos tiempos. Filmada en blanco y negro, con la característica estilización visual del mejor cine negro, al que añade cierta "suciedad" en la imagen que hace que gane en realismo, 13 Tzameti poco a poco nos introduce, con un toque formal expresionista, en un ambiente cada vez más sórdido y asfixiante, corrompido y degradado, poblado de "personajes vampiro que se alimentan de la sangre de otros".
Como en toda película de cine negro, el hecho delictivo es el meollo de toda la trama –flaco favor hace al espectador el trailer de la película al destriparlo- al que el director se aproxima paulatinamente consiguiendo crear cada vez mayor expectación. Babluani nos muestra como su protagonista/antihéroe (interpretado por George Babluani, hermano del director) se acerca hacia él, el nudo del argumento, o mejor dicho se ve envuelto en él, de manera voluntaria e involuntariamente al mismo tiempo. Llegando a un punto en el que no hay retorno posible en algo que empezó casi como un sencillo juego, al seguir las instrucciones de una carta dirigida a otra persona. El espectador con capacidad de empatizar con el protagonista puede acabar acumulando altos grados de tensión y nerviosismo agarrado a la butaca, imbuido de una atmósfera de creciente claustrofobia según avanza el guión.
Los personajes están mínimamente perfilados en las cuestiones objetivas y materiales de sus vidas. Poco sabemos de sus motivaciones. Sin embargo, quedan profundamente analizados en su psicología y encarnan a la perfección (quizá por ese minimalismo biográfico) la sensación de soledad absoluta, incomunicación, desarraigo y desamparo. Personajes que cometen los actos más despreciables, sin plantearse ninguna cuestión moral. Es eso, al fin y al cabo, lo que nos impacta. La perversión de un ser humano completamente deshumanizado.
El resultado final es una estremecedora metáfora de la ausencia de moral y conciencia que puede llegar a reinar en la naturaleza humana. Se convierte de esta manera el filme en una crítica árida y cruda a la moral de la sociedad, sin ningún tipo de concesión a la esperanza de confianza en la bondad o razón del hombre. Sin piedad, sin adornos, 13 Tzameti nos muestra lo peor de lo que es capaz el ser humano, en su ansia no tanto de dinero, que también, sino de sensaciones extremas que escapan de la normalidad y que se acercan a la más tenebrosa morbosidad. El mérito está en que todo nos resulta posible y creíble.
¿El hombre es un lobo para el hombre? Bablauni responde afirmativamente a la pregunta con este filme. Puro fatalismo pesimista llevado a la pantalla con maestría.
Como en toda película de cine negro, el hecho delictivo es el meollo de toda la trama –flaco favor hace al espectador el trailer de la película al destriparlo- al que el director se aproxima paulatinamente consiguiendo crear cada vez mayor expectación. Babluani nos muestra como su protagonista/antihéroe (interpretado por George Babluani, hermano del director) se acerca hacia él, el nudo del argumento, o mejor dicho se ve envuelto en él, de manera voluntaria e involuntariamente al mismo tiempo. Llegando a un punto en el que no hay retorno posible en algo que empezó casi como un sencillo juego, al seguir las instrucciones de una carta dirigida a otra persona. El espectador con capacidad de empatizar con el protagonista puede acabar acumulando altos grados de tensión y nerviosismo agarrado a la butaca, imbuido de una atmósfera de creciente claustrofobia según avanza el guión.
Los personajes están mínimamente perfilados en las cuestiones objetivas y materiales de sus vidas. Poco sabemos de sus motivaciones. Sin embargo, quedan profundamente analizados en su psicología y encarnan a la perfección (quizá por ese minimalismo biográfico) la sensación de soledad absoluta, incomunicación, desarraigo y desamparo. Personajes que cometen los actos más despreciables, sin plantearse ninguna cuestión moral. Es eso, al fin y al cabo, lo que nos impacta. La perversión de un ser humano completamente deshumanizado.
El resultado final es una estremecedora metáfora de la ausencia de moral y conciencia que puede llegar a reinar en la naturaleza humana. Se convierte de esta manera el filme en una crítica árida y cruda a la moral de la sociedad, sin ningún tipo de concesión a la esperanza de confianza en la bondad o razón del hombre. Sin piedad, sin adornos, 13 Tzameti nos muestra lo peor de lo que es capaz el ser humano, en su ansia no tanto de dinero, que también, sino de sensaciones extremas que escapan de la normalidad y que se acercan a la más tenebrosa morbosidad. El mérito está en que todo nos resulta posible y creíble.
¿El hombre es un lobo para el hombre? Bablauni responde afirmativamente a la pregunta con este filme. Puro fatalismo pesimista llevado a la pantalla con maestría.
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